Cementerio de San Rafael
La construcción de este cementerio se inició en 1833, en virtud de la comisión dada por el Gobierno al intendente don Miguel Boltri, quien creyendo insuficiente el de la Salud empezó las obras en terreno de las hazas conocidas como la Gitana y la Pineda, junto con parte de la de las Infantas, que en aquel momento medían dos fanegas y siete celemines y medio de superficie. Este proyecto se costeó con los fondos existentes que resultaron en tesorería del arbitrio establecido para los realistas y 20.000 reales que dio el Cabildo eclesiástico. Dicha construcción se concluyó en 1835, bendiciéndola el obispo don Juan José Bonel y Orbe, inhumándose el primer cadáver el 16 de junio de ese mismo año.
En 1849 se le hicieron grandes mejoras, entre ellas la construcción de la capilla a la que se agregó la ermita de San Sebastián, la casa y varias oficinas, utilizando al efecto algunos materiales del convento de San Pablo, como las puertas de entrada e iglesia, que son de caoba, y las columnas estriadas que se ven en los arcos. Su altar, único, era del convento de la Encarnación Agustina, y su lindo cuadro con un Crucifijo, obra de José de Sarabia, se llevó de uno de los claustros de San Francisco. Tres de las esculturas que hay, doce cuadros con el martirio de los Apóstoles y la campana, eran de la Iglesia de San Sebastián. Posteriormente se colocó el púlpito que había en San Juan de Dios. El San Rafael que hay sobre la puerta estuvo en un monumento o triunfo que hubo delante del convento de la Arrizafa. En el centro se pensó colocar un obelisco que estaba junto a San Cayetano, pero, no gustando, pusieron un pedestal con la estatua de la Fe. Las bovedillas tienen delante una galería formada con arcos que se empezaron a construir en 1861, y en ellas se ven lápidas que recuerdan a personas fallecidas. Antiguamente en esos arcos estaban escritas, con grandes caracteres, algunas de las inmortales coplas de Jorge Manrique.
A este cementerio estaban destinados en esa época, los cadáveres de los vecinos de los barrios de la Magdalena, Santiago, San Pedro, Santos Nicolás y Eulogio de la Ajerquía, San Andrés, San Lorenzo y Santa Marina.
En este cementerio fueron inhumados, en bovedillas que les concedió el Ayuntamiento, los jefes y oficiales muertos en la batalla de Alcolea de 1868.