Vegetación y paisaje
Los Jardines de la Vida Eterna
La cultura mediterránea se ha caracterizado por el gusto por los rituales relacionados con la muerte. Sin embargo, en los últimos tiempos, la muerte se presiente como un tema tabú, es mejor no hablar de ella, preferible vivir de espaldas a ella y a su existencia. Esta postura, muy de nuestro mundo, sin embargo, no se tiene en pie y es una de las contradicciones de nuestro tiempo. No podemos vivir sin morir a la vez y la muerte es parte de la vida, por muy penoso que nos resulte.
Nuestra cultura tradicional, mucho más sabia en estos menesteres, entendía perfectamente la importancia del mundo sobrenatural en nuestra vida y lo adaptaba e integraba a través de ritos, de costumbres, dándole el lugar que le corresponde en nuestra sociedad.
Los cementerios son una parte física, muy importante, de todo ese mundo de tradiciones y cultura relacionados con la muerte que perviven entre nosotros. Los cementerios son espacios evocadores. En ellos la agitación y el ruido que llenan nuestra mente se quedan fuera y así podemos encontrarnos con los nuestros, con los que perdimos por el camino, con los que nos ayudaron a vivir y ser como somos. Quién no ha ido un día de los santos a un cementerio a recordar, a dedicarle ese tiempo de afecto y atención a un padre, un hermano, un amigo, a una madre. Ese recogimiento necesario para la meditación y la reflexión está unido a un espacio estético, una visión y un entorno plástico que, en buena medida, se consigue en el cementerio gracias a la jardinería. Los cementerios son también jardines, con columbarios, con panteones, pero jardines muy singulares. Y hay cementerios muy singulares. Cada pueblo, cada ciudad, entierra a sus muertos con el rigor y la seriedad que requiere la ocasión y le presta después cuidado al nicho, cuidado al entorno donde descansan los que ya no están entre nosotros.
Si intentamos estudiar, analizar ese espacio, podemos descubrir algunas características objetivas. El color que predomina en el cementerio es el verde oscuro, salpicado con colores muy limpios, el blanco y el violeta. El verdor de los cipreses, el blanco de las azucenas, los morados de las violetas. Colores de luto, colores de pena que invaden nuestro corazón y le dan la serenidad necesaria para pensar, para departir con nuestro pasado, para recordar lo que fuimos y pensar en lo que queda por venir. Colores que llenan el alma de serenidad, de paz, de sosiego.
Las formas predominantes son las alargadas de los cipreses. La esbeltez de los cipreses parece evocar la vida eterna. Sus raíces metidas en la tierra que nos vio nacer, oscuridad de vida y promesas. Su alto fuste mirando al cielo, a Dios, a lo desconocido, a la eternidad.
Árboles de hoja perenne, coníferas que mantienen la hoja durante todo el año. Árboles serios, rigurosos. Pocas veces veremos árboles frutales en los cementerios, nos parecerá casi una aberración. Tampoco se prodigarán los arbustos floridos, ni los árboles de sombra de hoja ancha. El verde es predominante, salpicado aquí y allá por algunas notas de color, y contrastando con el blanco mármol de las lápidas y panteones.
Esa estética está muy conseguida en los cementerios de Córdoba. Dos especialmente singulares la recrean de manera magistral, el de la Salud y el de San Rafael, creados ambos en el siglo XIX, son cementerios de gran solera entre los cordobeses.
El de la Salud, cuya advocación provoca cierta sorna en los forasteros, no habituados a oír el nombre completo,“ Cementerio de Nuestra Señora de la Salud”, es un cementerio decimonónico con algunos elementos muy singulares.
Un hermoso eje central perfectamente marcado por alineaciones de cipreses y de palmitos elevados (Trachycarpus fortunei), de gran potencia en el diseño, da paso a ambos lados a espacios abigarrados de panteones, ángeles y cruces con algunos elementos de jardinería curiosos, como las sóforas péndulas (Sophora japónica “Péndula”) del panteón de la Marquesa del Conde Salazar. La nota de color la aporta la verbena (Verben x hybrida) que adorna los pies de cipreses y palmitos. Una visión desde la parte alta del cementerio nos descubrirá uno de los ejemplares más singulares del recinto, la palmera datilera (Phoenix dactylifera) que se balancea sóla en la lejanía.
Como es habitual los cipreses dominan el elemento arbóreo acompañados de arbustos como el boj (Buxus sempervirens), el mirto (Myrtus communis) o los rosales.
Los enchinados descubiertos tras los últimos trabajos realizados por la Escuela Taller que trabaja para su recuperación y adecentamiento, son ejemplo de maestría en la ejecución y en el diseño. Uno de ellos, muy curioso, viene a repetir, como en un lienzo, la imagen frontal que se aprecia a la entrada. Detrás de este patio se encuentra el pozo cuyas aguas decían sanar todos los males y aflicciones por lo la ermita levantada en sus inmediaciones tomó el nombre de la Virgen de la Salud. Jazmines olorosos, santolinas y parra virgen embellecen sus paredes.
En el cementerio de San Rafael, también del siglo XIX, aunque algo más tardío que el de la Salud, lo primero que nos llama la atención es el cerramiento, realizado en reja y pilares de arenisca hoy pintados en color albero, resultando a la vez tradicional y acorde con el aspecto neoclásico de la fachada principal de entrada.
Este cerramiento da paso a un pequeño jardín interior previo al cementerio propiamente dicho en el que ya descubrimos, entre grandes eucaliptos, un gran ejemplar de árbol del amor (Cercis siliquastrum) y otro árbol que sin ser tan viejo, es sin embargo bastante raro en Córdoba: un azufaifo (Ziziphus lotus), árbol frutal más conocido antaño y frecuentemente usado como ornamental.
El diseño del cementerio en planta revela espacios rectangulares de diferentes épocas de creación y también con características constructivas diferentes. El más interesante en cuanto al paisaje que genera es, sin duda, el que se abre ante nosotros cuando accedemos por la puerta principal. En él se encuentran los enterramientos más ilustres y el diseño en sí presenta cierta gracia y singularidad. Dos ejes perpendiculares, pavimentados de mármol y flanqueados por viejos cipreses resaltan levemente en la retícula que forman caminos secundarios, panteones, enterramientos, y cómo no, otra vez alineaciones de cipreses. Algunas notas de color como la verbena morada consiguen prestarle la seriedad y el rigor propios de estos lugares. El espacio resulta cerrado por una galería porticada con edificios de bovedillas, recordándonos a los grandes claustros conventuales. Algún elemento singular como los laureles que rodean la tumba de Julio Romero de Torres o las dos palmeras canarias de la entrada acompañan al serio verde de los cipreses centenarios.
Conforme nos alejamos hacia el sureste por la puerta que se abre en la galería, cipreses infinitos nos aguardan jalonando y dando sombra a las tumbas que a veces en suelo, otras veces en panteones o en edificios altos de bovedillas llenan los distintos espacios. Nuevas superficies se ajardinan, recuperando más amplitud y dándole más protagonismo a la jardinería.
Por último el Cementerio de la Fuensanta, también de advocación mariana, es el más moderno de los tres existentes en Córdoba. Su estructura y diseño se corresponden claramente con una construcción moderna y así lo hace también su jardinería que nos recibe en la entrada al cementerio con cuatro parterres, en cada uno de los cuales podemos ver una palmera canaria.
La estructura del cementerio y del jardín se crea alrededor de un marcado eje central muy espacioso, que remata en la iglesia del cementerio y que genera una grata sensación de amplitud. A los lados de este eje central los edificios de bovedillas enmarcan hexágonos en el centro de los cuales podemos encontrar también pequeños espacios ajardinados.
Los elementos de estos jardines son los propios de la jardinería actual cordobesa. Árboles de sombra se reparten por los parterres sobre praderas de césped, acompañados de arbustos, la mayoría de ellos siempreverdes. Catalpas (Catalpa bignonioides), falsas acacias (Robinia pseudoacacia), olmos de bola (Ulmus glabra “Umbraculifera”), acacia de las tres espinas (Gleditzias triacanthos), cinamomos (Melia azederach), rodeados de setos de adelfa (Nerium oleander), de tuya (Thuja orientalis) o de bonetero (Euonymus japonica), y adornando algunos parterres arbustos como la favorita (Limpia lycioides), el pitosporo (Pitosporum tobira), el cotoneaster (Cotoneaster spp.) o las lantanas (Lantana camara).
Las zonas de nueva construcción combinan pérgolas con glicinas (Wisteria sinensis), junto con árboles como jacarandas (Jacaranda mimosaefolia), falsas acacias (Robinia pseudoacacia), falsos pimenteros (Schinus molle), que se van descubriendo en los pequeños jardines interiores que va generando el diseño.
Muy curioso resulta el Jardín de las Cenizas de un diseño limpio y abierto, que combina con sencillez la pradera de césped con alineaciones de cipreses, y algunos árboles acompañantes como el árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica), sófora (Sophora japonica), y ciruelo del Japón (Prunus pìsardii).